En medio del tiempo existe un espacio que no se describe ni percibe es solo un momento en el cual uno existe y no piensa más. Los sonidos vienen y van y uno mueve el cerebro lo más que pueda. Ese momento esta lleno de deseo, de entusiasmo, de euforia, de amor y odio. Secciones así de tiempo necesitamos para mantenernos vivos, para mantener el aire en nuestros pulmones, para sobrevivir. Fenómenos como este no nos deja duda de lo hermosa que es la vida y lo perfectos que estamos hechos, vemos nuestra creación llevada al máximo y tratamos de repetirla alzando la voz al aire y dejar que se pierda en oídos ajenos. Cada vez que vienen nuestro corazón se llena, nuestra vida absorbe luz y brilla al máximo. Nuesto cuerpo no lo controla y se mueve, no quiere detenerse, se mueve al compás del tiempo y el sonido.
El mundo que percibimos esta en cierto orden. La naturaleza, los fenómenos, la rutina, Dios son los que asientan este precepto en nuestra vida. El orden de las cosas representa la concepción que tenemos del mundo. Sin embargo este orden tiene variantes, nosotros nos limitamos a ver una perspectiva de ésta realidad, cosas tan simples como una estatua en un parque, el camino que forman un par de faroles, dos árboles encontrándose en medio de un espacio ocupado por la simple brisa de la tarde, son las que constituyen el orden de nuestra realidad. Pero todos estos factores forman la realidad como conjunto, pero si uno de ellos cambia por razones que solo Dios puede explicar, el orden que percibimos cambia drásticamente y nuestra vida no será igual nunca más. El cambio es producto de la muerte del tiempo que pasó. A pesar de esto, no somos capaces de captar todos los objetos que constituyen el orden de nuestra realidad, muchas veces vemos un paisaje y cada vez encontramos algo nuevo. Es lo ...
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