Cuando me gusta algo o ves algo bonito y digno de admiración, me viene unas ganas de verlo más detenidamente. Verlo de cerca, de lejos de una distancia media, de un ángulo, del otro, si puedo lo rozo con las llemas de los dedos, intento percibir un aroma característico para que luego lo recuerde de la misma manera. Luego lo miro una y otra vez.
Pero hay veces donde noto una pequeña imperfeccion en mi objeto de observación, algo que no debería estar ahí, algo que malogra el panorama y llama mi vista como si estuviera iluminado por una luz blanca. Esa imperfeción es ahora mi nuevo punto de observación y no puedo sacar la vista. Pero recuerdo que en el mundo nada puede ser perfecto, vivimos en un mundo accidentado, lleno de altos y bajos, blancos y negros, buenos y malos. Pero eso no le quita la hermosura al mundo, a nosotros, a la naturaleza. Entonces, llego inmediatamente a la conclusión que aquella imperfección no malogra la hermosura, sino que la acentúa. Esa imperfección es de alguna manera hermosa y vuelvo a caer en la admiración.
Pero hay veces donde noto una pequeña imperfeccion en mi objeto de observación, algo que no debería estar ahí, algo que malogra el panorama y llama mi vista como si estuviera iluminado por una luz blanca. Esa imperfeción es ahora mi nuevo punto de observación y no puedo sacar la vista. Pero recuerdo que en el mundo nada puede ser perfecto, vivimos en un mundo accidentado, lleno de altos y bajos, blancos y negros, buenos y malos. Pero eso no le quita la hermosura al mundo, a nosotros, a la naturaleza. Entonces, llego inmediatamente a la conclusión que aquella imperfección no malogra la hermosura, sino que la acentúa. Esa imperfección es de alguna manera hermosa y vuelvo a caer en la admiración.
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